Personalidades gastronómicas

Ernest Hemingway: Teniendo hambre, llegué a entender mucho mejor a Cézanne

La comida y bebida son dos elementos fundamentales en la obra del mítico autor de El viejo y el mar y Nobel de Literatura
viernes, 27 de mayo de 2022 · 00:00

“Si uno vive en París y no come bastante, les aseguro que el hambre pega fuerte, ya que todas las panaderías presentan cosas tan buenas en los escaparates, y la gente come al aire libre, en mesas puestas en la acera frente a los restaurantes, y uno ve y huele la buena comida”, advierte Ernest Hemingway en la entrañable París era una fiesta, donde plasma sus recuerdos de la Ciudad Luz, a mediados de los años veinte del siglo anterior.

“El hambre es una buena disciplina”, sentencia el entonces incipiente escritor, quien recién abandonara el oficio periodístico para escribir relatos que rechazaban las revistas donde los mandaba por correo. “Teniendo hambre, llegué a entender mucho mejor a Cézanne y su modo de componer paisajes”, confiesa al tiempo de explicar cómo los cuadros del pintor expuestos en el museo de Luxemburgo, “se afilaban y aclaraban y se volvían más hermosos cuando uno los miraba con el vientre vacío y con la ligereza que da el hambre”. Sus estancias en las salas de exposición no sólo buscaban alimentar al espíritu: dentro de ellas podía escapar del recuerdo del sabor de la dorada costra de una baguette, y los acuciantes aromas emanados de las tiendas de frutas y mesas instaladas sobre las aceras, que lo llevaba a trazar rutas para evitarlas durante sus caminatas por la capital francesa de entreguerras.

Un sorpresivo pago por un relato colocado en una publicación alemana lo lleva a una mesa del Lipp, donde un camarero de la famosa brasserie le sirve ensalada de papa y una jarra de cerveza, para celebrar su nueva actividad profesional: “La cerveza estaba muy fría, y era un gusto beberla. Las pommes à l’huile eran de pulpa firme, marinadas en un delicioso aceite de oliva. Las sazoné con pimienta, y las comí con pan mojado en el aceite. Después de beber el primer largo trago de cerveza, seguí bebiendo y comiendo muy despacio. Terminadas las pommes à l’huile, pedí otra ración y un cervelas, o sea una salchicha parecida a las de Frankfurt, pero muy grande, cortada en dos mitades y cubierta con una salsa especial, a base de mostaza”.

La sensación de saciedad lo lleva a reflexionar sobre la certeza de que sus relatos pronto comenzarán a publicarse con un pago de 30 francos por cuartilla, y a reiterar: “El hambre es una buena disciplina, y enseña mucho”, para luego advertirle al lector y a sí mismo: “Hay que tomar un cuidado muy particular de uno mismo en las épocas en que uno tiene que reducir la comida, para que el pensamiento no sea sólo un pensamiento de hambriento”.

Curiosidades
El restaurante Lipp opera desde 1880, y hasta hace unos años existió una sucursal en Ciudad de México.

En Las verdes colinas de África, menciona que durante los safaris realizados comía chuletas de gacela.

Su afición a las corridas de toros se extendió a la comida y vinos españoles.

En La Habana, donde radicó un tiempo, frecuentaba el bar El Floridita, donde lo exhiben en una escultura de cuerpo entero.

En Cuba le gustaba tomar daiquirís y también mojitos, estos últimos en La Bodeguita del Medio.

El escritor presumía de haber “liberado” el bar del hotel Ritz cuando los aliados entraron a París en 1944, como corresponsal de guerra.

@BitacoradeMelindres