Islas Galápagos

Los excéntricos antojos tortugueros de Darwin y Melville

Tanto el creador de la Teoría de la Evolución como el autor de Moby Dick gozaron en Galápagos de uno de los manjares más exóticos y representativos de la zona: la carne de tortuga. A 186 años de la llegada de Charles Darwin a estas islas, éstas fueron sus andanzas gastronómicas
domingo, 12 de septiembre de 2021 · 10:01

Luego de sendas escalas en los puertos de Valparaíso y Callao, llegaría a las islas Galápagos el más famoso de sus visitantes, Charles Darwin, quien un 15 de septiembre de 1835 desembarcó del Beagle para estudiar las insólitas formas de vida del lugar, y degustar su alimento más representativo: las enormes tortugas terrestres que comparten el nombre del archipiélago ubicado a un millar de kilómetros de las costas ecuatorianas.  

Así lo consignó en sus apuntes sobre una excursión al interior de una de las islas, donde encontró una cabaña habitada por dos hombres dedicados a la caza y salazón de carne de tortuga: “el asado con su caparazón, como la carne con cuero de los gauchos, resultaba un bocado sabrosísimo, y las tortugas jóvenes nos servían para hacer una excelente sopa. Sin embargo, debo decir que no me cuento entre los grandes aficionados a este manjar”, confesó el remilgoso naturalista británico. 

Seis años después, otro connotado personaje desembarcó en las islas, conocidas entonces por el nombre de las Encantas, generándole una impresión poco favorable: “Pensemos en veinticinco montones de ceniza diseminados, aquí y allá, en un solar de las afueras de la ciudad”, así las describió Herman Melville en 1841, como parte de la tripulación de uno de los balleneros que solían recalar en sus costas, al igual que buques piratas.  

Aquellos marineros recurrían a las tortugas para reabastecer sus despensas, y con ello diversificar la monótona dieta de carne salada de caballo que acostumbraban consumir durante las maratónicas travesías oceánicas en sus embarcaciones impulsadas por el viento, iniciadas desde la costa este de los Estados Unidos y que implicaban sortear el borrascoso Cabo de Hornos. 

No sólo el futuro autor de Moby Dick se dio un atracón de filetes y guisos tortugueros durante su estancia, sino que utilizó su cuchillo para afanarse con sus compañeros de mesa en la confección de soperas y platones con sus caparazones.  

También evocó un trío de quelonios transportados dificultosamente hasta su embarcación —lo cual podía requerir del esfuerzo de hasta ocho hombres—, a manera de despensas vivientes por su capacidad de poder vivir hasta un año sin probar alimento ni agua; luego deambulaban sobre la cubierta entre toneles, cuerdas y mástiles contra los que chocaban aparatosamente en medio de la noche, con sus inmensos caparazones “abollados y arqueados como escudos, y mellados y rajados como si hubieran combatido en una batalla”. 

Por Arturo Reyes Fragoso / @BitacoradeMelindres