México es conocido por su riqueza cultural y gastronómica, y dentro de sus bebidas típicas existe una alegría poco explorada fuera de su región de origen: la charanda. Este destilado tradicional de Michoacán ha formado parte de la identidad del estado durante generaciones, pero que, quizá, aún no conocías.
A diferencia de otras bebidas alcohólicas mexicanas como el tequila o el mezcal, la charanda ha mantenido un perfil más discreto a nivel nacional e internacional. Sin embargo, su sabor, proceso de elaboración y arraigo cultural la convierten en un destilado digno de reconocimiento.
Aunque la charanda puede beberse sola, su versatilidad la convierte en un excelente ingrediente para la coctelería. Se utiliza en la preparación de bebidas refrescantes, combinadas con jugos naturales o refrescos, pero también en cocteles más elaborados que resaltan sus notas dulces y su intensidad alcohólica.

Una bebida llena historia
La charanda es un aguardiente que se obtiene mediante la destilación del jugo de caña de azúcar o de sus derivados, como el piloncillo, la melaza o el azúcar cristalizada. Su elaboración sigue procesos artesanales que han sido perfeccionados a lo largo de los años y de generación en generación, lo que le otorga un toque auténtico y un sabor particular que resalta entre otros destilados.
En 2003, Diario Oficial de la Federación (DOF) declaró la Denominación de Origen de la charanda, un reconocimiento que protege su autenticidad y la limitación a su zona de producción en Michoacán. Gracias a esta certificación, se garantiza que la bebida mantiene los estándares de calidad y que su producción respeta los métodos tradicionales.
Las características de la charanda varían dependiendo de su proceso de destilación y añejamiento. Existen versiones jóvenes, reposadas y añejas, cada una con matices y aromas distintos. Algunas presentan notas dulces y afrutadas, mientras que otras ofrecen toques amaderados, producto de su maduración en barricas.